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RELATOS BREVES y otras cosas mas... ¡De aquí ni salen los vivos ni entran los muertos!

Ya lo había dicho Raúl Rivero: los cubanos tenemos dos problemas básicos, el primero salir de Cuba, el segundo regresar,  y esos fueron los eternos  problemas  de Tío Toño.

Durante largo tiempo Toño fue considerado el prototipo del capitalista: el dueño de la fonda del pueblo, un sitio de comidas baratas en el cual era imposible hacerse  rico aunque alcanzaba para mantener la familia y le absorbía todas las horas del día. Eufemísticamente llamada “Restaurante La Estrella”, como toda fonda  pueblerina era  una institución social que al igual que la barbería reunía a los más disímiles elementos del vecindario y transeúntes, desde los más respetables hasta los más marrulleros, pero que al igual que la barbería resultó “nacionalizada” un buen día (nunca supe el por qué “nacionalizada” puesto que la fonda era más cubana que las palmas) y su dueño estigmatizado como un  explotador del pueblo.

Ya en este punto Toño tuvo que enfrentar el primer problema de los cubanos, lo resolvió luego de una enconada y larga lucha contra el arbitrario y enorme poder del Departamento de Inmigración, que en realidad debía llamarse de Emigración puesto que en Cuba desde hacía muchos años no había inmigrantes y sí una larguísima lista de emigrantes reales y potenciales, además de sortear los consabidos “actos de repudio”; años le costó y cuando llegó a mi casa con el anhelado “permiso de salida” en mano no pude menos que decirle ¡lo lograste Toñooooo!, y casi cambio la t por otra letra en la exclamación.

El largo peregrinaje en el tiempo lo completó con un corto traslado en el espacio que  lo llevaría a Miami y a comenzar de nuevo; el giro gastronómico ya lo conocía y los comienzos, siempre difíciles, fueron como friega-platos, de ahí a mesero, después “chef” y por último gerente de un respetable restaurante, en esta oportunidad un restaurante de verdad del que tuvo también la oportunidad de comprar una  parte de las acciones, pero su obsesión, aparte del trabajo, era el segundo problema de los cubanos:  regresar a  su tierra tan cercana y tan lejana a la vez.  Para lograr  satisfacer este deseo también tendría que pasar largos años en inmensos trámites burocráticos, solicitudes, esperas y depender sobre todo del eterno vaivén político ente dos países que no estaban ni en paz ni en guerra; para la familia, este, su deseo casi obsesivo, era como el querer meterse en la boca del  lobo y a gusto pero ¡cómo  oponerse  al llamado de la tierra y de los recuerdos!

Por fin, y siempre hay un final en todo, Tío Toño logró los ansiados permisos que le permitirían regresar solo por unos días a su terruño; quería hacerlo cuanto antes ya que una dolencia cardiaca podía darle una desagradable sorpresa en cualquier momento y además para darle el EMPUJON (con Mayúsculas ) final a mi salida de Cuba.

El tiempo se le hacía corto así que tomó el primer vuelo disponible hasta Cancún y de ahí a La Habana; a medida que se acercaba a la meta su emoción iba en aumento al igual que los latidos de su corazón hasta que en algún punto del Mar Caribe dejó de funcionar; cuando llegó al aeropuerto José Martí  hacía rato que era cadáver y dejado una  profunda consternación en el resto de los pasajeros del vuelo.

A los familiares y amigos que le esperábamos ansiosamente  la noticia nos llegó como si nos hubiera pasado un tren por encima; indagamos para poder echar aunque fuera un último vistazo al cuerpo sin vida y nos informaron que no era posible; acerca del procedimiento para darle cristiana sepultura en su tierra natal y tampoco, no podía entrar en Cuba puesto que el “permiso de entrada” solo era para personas vivas; la línea aérea se negaba a retornarlo ya que la tarifa de transportación del cadáver era diferente a la del boleto de regreso además de los trámites legales que habría que cumplir. Dónde enterrarlo se convirtió en un gran dilema y el destino de su cuerpo quedaba en el limbo: ¿en Miami, de donde provenía?, ¿en Cuba, país de destino?, y aun en el caso en que esta última posibilidad se diese el entierro habría que pagarlo ¡en dólares!; en fin,  que con este desagradable suceso llegaba a su fin una valiosa vida y yo veía esfumadas mis aspiraciones de irme.

Me dirigí una vez más a Inmigración, la enésima vez, a plantear mi caso y el de Tío Toño aun esperando en algún sitio refrigerado; me atendió  uno de los tantos “combatientes” siempre adiestrados y curtidos en decir  NO quien ya conocía de nuestro caso; su respuesta fue tajante, en pocas palabras resumiría lo que se correspondía con la lógica de vida del cubano de estos tiempos:

 

-Escúcheme  compañero, para su caso no hay solución.

 

-¿Porqué?-respondí-, tiene que haberla.

 

-Pues por una sencilla razón, ¡DE AQUÍ NI SALEN LOS VIVOS NI ENTRAN LOS MUERTOS!!

 

Solo alcancé a pronunciar una palabra que retumbó por toda la oficina:

 

TOÑOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!!!!!!!!!

 

©Dr. Antonio LLaca.

La Habana, Cuba/ 1993.

El Tigre. Edo. Anzoátegui. Venezuela/ 2008.

 

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