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RELATOS BREVES y otras cosas mas... JULIO MARTINEZ.

Dr. Antonio Llaca

 

JULIO MARTÍNEZ.

 

Yo conocí a Julio Martínez. Nació en Cuba como mismo hubiera nacido en Colombia,  Méjico o  Venezuela. Era un “mulato blanconazo”  bien parecido en sus años de juventud  lo que sin dudas era una gran ventaja en la sociedad cubana de los años 40 y 50,  estatura media y  complexión física  otrora  fuerte aunque para la época en que nos relacionamos ya los años le  habían hecho alguna mella.

Vivía en un barrio de la periferia de La Habana y se ganaba la vida  en lo que siempre había hecho, sargento (operador) político a favor del partido o figura de turno lo que le proporcionó, en ocasiones, algún que otro trabajo formal intercalado con “botellas” o sinecuras que también ayudaban a vivir aunque tanto estas como aquellos de poca monta, solo suficientes para salir de la miseria y vivir modestamente.

Anteriormente había estado con Grau y  Prío pero  el último correligionario que disfrutaba de su oficiosidad era el General Batista  y entre las obligaciones de Martínez, y principalísima, estaba el bien temprano en la mañana, en cuanto abrían la bodega y la carnicería de la esquina hacer acto de presencia en estas instituciones del barrio, dar unos sonoros vivas al General y hacer los comentarios de la actualidad del Gobierno; el apasionado vocerío se repetía en la panadería, la barbería del Gallego, siempre concurrida,  en las pequeñas tiendas y negocios de los alrededores o en cuanto lugar hubiese suficiente afluencia de gente.

Muchas veces con fábulas y las otras con inventos suyos, Martínez se las ingeniaba para ensalzar la figura de sus loas y además, hacer ver que siempre estaba muy bien informado acerca de lo que ocurría en los entretelones del poder: que Batista había dicho esto o hecho lo otro; que  Marta su esposa,  una mujer encantadora……; que el Ministro Tal lo había llamado para un importante trabajo, y así un largo etcétera que su fértil imaginación  sociopolítica era capaz de engendrar.

La gente por supuesto le hacía todo tipo de  solicitudes que él tramitaba en las más altas instancias no del Gobierno sino de su fantasía y también le preguntaban acerca del desarrollo de la guerra y si Batista se vería forzado a abandonar la Presidencia.  Aquí la respuesta era tajante: eso ni soñarlo, y para mejor comprensión del interlocutor y del auditorio relataba las más recientes y favorables noticias del frente a las cuales él, como hombre de confianza tenía amplio acceso y lo mantenían siempre al tanto  rematadas con las consabidas anécdotas del cambio de nombre del Presidente quien desde hacía varios meses se hacía llamar, en el círculo de sus íntimos,  Fulgencio Batista y Pa’rrato,  y la terrible bala en el directo de su formidable pistola calibre .45,  bala dirigida a un ignoto destinatario si es que alguna vez lo tuvo.

El 31 de Diciembre del 59, como casi todo el mundo en La Habana, se dedicó a festejar el fin de año y no faltaron las botellas de ron que ingerido más allá de lo aconsejable le produjeron una borrachera memorable; para la mañana del día primero tenía como meta  dar los más sonoros vivas al General que jamás se hubieran escuchado en el barrio; en el nuevo año, según le habían prometido, las cosas le irían mucho mejor  a la sombra de su protector.

Como pudo se levantó de la cama, dando tumbos llegó hasta la esquina donde una turba se encontraba agolpada. Este es mi momento, pensó, y de inmediato el grito de “Viva el General Batista”  retumbó en toda la cuadra con su poderosa voz pero inexplicablemente la turba lo rodeó y le dieron una paliza formidable; yo era un muchacho y  por primera vez  veía tal espectáculo, recuerdo como la boca y la nariz de Martínez sangraban profusamente, también corrían gruesos hilos de sangre  de su frente.

Alcancé a entregarle un pañuelo que no sé de dónde había salido con el que logró contener un poco la sangre. De inmediato fue montado en un vehículo y llevado a un destino desconocido. Martínez, un hombre habitualmente bien informado, no sabía que Batista había renunciado en la madrugada y se hallaba ya a miles de kilómetros de distancia.

Varias semanas después  fue liberado, en fin, solo se trataba de un personaje de  menor cuantía. Apareció en el barrio, recogió sus cosas, vendió lo que pudo  y días más tarde un automóvil lo llevó a un sitio que para todos resultó ignorado, no volvimos a saber más de él.

Con el paso de los años la casualidad hizo que nos encontráramos en Camagüey, vivía  muy humildemente y ahora estaba del lado de la Revolución, era el “responsable de vigilancia” de un CDR y trabajaba en una bodega de mala muerte en un barrio perdido donde abundaban los retratos y consignas del Presidente de turno a quien su potente voz daba nuevas loas.

Lo saludé, al principio no me reconoció, pero luego de algunos minutos logró identificar en mí al joven del pañuelo, comenzamos a recordar  anécdotas, personajes del barrio y la golpiza del 31 de diciembre. Continuamos hablando hasta que tocamos el inevitable tema del cambio  que había dado su vida, me lo explicó de la manera más sencilla del mundo: ¡Hay que vivir, mulato! ¡Hay que vivir!

La última vez que lo vi fue en Miami, logró irse de Cuba de la misma manera que nos vamos todos los cubanos, o sea, de milagro. Ya era un hombre mayor, jugaba dominó y conversaba con otros coterráneos en la Calle 8 o en Flagger o en Hialeah; había cambiado nuevamente  aunque vivía, huelga decir, como siempre, de la ayuda del Gobierno y se “redondeaba” haciendo política a favor de uno de los tantos grupos del exilio. ¡Hay que vivir!, me dijo una vez más,  pero allá murió, creo que como vivió.

Yo conocí a Julio Martínez.

Y  Usted,  ¿también lo conoció?

 

Fdo. : Dr. Antonio LLaca.

Dic.1993/La Habana. Cuba.

Jun. 2008/El Tigre. Edo. Anzoátegui. Venezuela.

 

 

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