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El gran problema de nuestra Constitución Política

POR SANTIAGO CASTRO AGUDELO

 

Mucho se comenta en Colombia sobre la Constitución Política de 1991, que nos rige desde entonces, y que viene soportando los más grotescos ataques de algunos que la ven más como una amenaza que como una renovada propuesta para comprender esta nación diversa de la que hacemos parte. Ahora, la posibilidad de un tercer periodo presidencial consecutivo anuncia el fin de la división de poderes, elemento fundamental para evitar el abuso del poder y uno de los presupuestos sobre los que se asienta toda carta política en un Estado Constitucional de Derecho.

El límite a la acción estatal, marcado por la inviolabilidad de los derechos fundamentales de todo ciudadn@, hoy parece, incluso, quedar al margen del debate. Ello, paradójica y tristemente, con un masivo apoyo de la ciudadanía que, en últimas, pareciera reformular la frase de Luis XIV pasando de "el Estado soy yo" al "Estado es usted". ¿Quién dijo que las políticas que han mostrado resultados positivos no pueden convertirse en política estatal? Cabe aclarar, claro está, que resultados positivos no debe confundirse con "falsos positivos", en lo cual sí han demostrado ser tan eficientes que rayan en lo asquiento.

La seguridad democrática sin duda ha logrado resultados relevantes y debe reformularse para corregir lo que sea menester y convertirla en una política de Estado, donde se marginen los crímenes y la ilegalidad de su proceder. ¿Quién dijo que sin Uribe se acaba una política que demuestre ser eficiente y humana como alegan muchos ocurre con la "seguridad democrática? El problema radica en que se confunde gobierno con Estado, resultado de un presidencialismo exagerado que toca el autoritarismo con cariño. Los gobiernos deben cambiar precisamente porque el Estado debe perdurar. Es decir, un Estado que sea de todos, regido por una Constitución que nos es propia, que consideramos nuestra y que estamos dispuestos a defender exigiendo que se cumpla y que no se reforme al vaivén de los humores con los que se levante el Presidente de turno.

Si me preguntan ¿cuál es el gran problema de nuestra Constitución Política? Responderé que no sentimos que sea nuestra y por ende no sentimos que las constantes reformas, conducientes casi a su desaparición, nos afecten directamente. Los derechos fundamentales los leemos pero no exigimos su cumplimiento ni nos apropiamos de ellos en toda su magnitud. Ahí radica el problema, lo que debería sernos propio optamos por relegarlo al olvido. Por ello, cuando alguien decide apropiarse del Estado y de la Constitución el coro facilista entona la frase funeraria "El Estado es usted", es decir, cualquiera que no sea yo... no nos importa.

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