Por: Lic. Gerardo Enrique Garibay Camarena
Nueva York, 21 de mayo.- Escribo estas líneas desde la tranquilidad del Bryant Park, entre la 41 y la avenida de las Américas, a tan solo unas cuadras de Times Square, pensando en las incesantemente dinámicas luces de sus anuncios, sus icónicos edificios y el paso apresurado de los peatones y vehículos que transitan por estas calles que se cuentan entre las más famosas del mundo.
Es difícil no enamorarse de esta ciudad: de sus enormes y hermosos rascacielos, de su mezcla de razas que mantiene, sin embargo, el distintivo espíritu norteamericano que le ha dado forma y origen. Su belleza y encanto son innegables: al caminar por sus calles siento que quisiera quedarme toda la vida y, al voltear a ver al resto de los turistas provenientes de infinidad de países, que, como yo, observan asombrados el latir de la metrópoli, confirmo que no soy el único que lo desea.
Nueva York es, sin lugar a dudas, la capital del mundo, poseedora de un atractivo y una magia que son verdaderamente únicos, Desde los musicales de Broadway (con carísimos souvenirs incluidos) y los impactantes paisajes desde el piso 102 del Empire State hasta el tranquilizador panorama del Río Hudson, la serenidad de la dama de la libertad y la nostalgia que aún permanece en la llamada "zona cero", en donde alguna vez se levantaran orgullosas las Torres Gemelas.
De ahí que resulta muy claro porque los terroristas de Al Quaeda escogieron a esta ciudad como su principal objetivo. Aquí se reúne lo más representativo de nuestra civilización, lo mejor y lo peor de Occidente, juntos en un espacio de tan solo unos cuantos kilómetros cuadrados. "La Ciudad que Nunca Duerme" es un símbolo de lo que hemos alcanzado como cultura judeo-cristiana, de todo lo que aún queda por lograr y de los factores que están provocando la crisis que vivimos.
Estando en esta ciudad de Nueva York solo puedo decir que es simplemente hermosa, pero su belleza podría ser la de los últimos rayos de luz que precedan a la decadencia de Occidente.
Hoy por hoy la civilización occidental y Nueva York, su capital, se enfrentan a su mayor desafío en 5 siglos. Desde 1571, año en que la armada comandada por Don Juan de Austria derrotó a los musulmanes en la Batalla de Lepanto, occidente ha liderado al mundo, pero este periodo de dominio podría estar llegando a su fin y la culpa la tenemos nosotros mismos.
El historiador americano Will Durant escribió alguna vez sobre la caída de Roma que "una gran civilización no es conquistada desde el exterior sino hasta que se ha destruido desde adentro… las causas esenciales de la declinación de Roma se encuentran en su gente, su moral, su lucha de clases, su deteriorado comercio…" y estas mismas palabras pueden aplicarse hoy a toda nuestra cultura.
¿Cómo responder ante esta realidad? ¿Cómo enfrentar las amenazas externas cuando no hacemos nada para combatir los vicios internos?, ¿Cómo defendernos ante la expansión de otras culturas cuando hemos perdido los valores que sostienen a la nuestra? ¿Cómo mantener nuestra identidad cuando hemos olvidado en qué consiste?.
Estas son las grandes preguntas que debemos analizar como generación y de nuestras respuestas dependerá la forma que tome el futuro. Hace ya casi 500 años, los ejércitos de la Santa Sede, España y Venecia, al mando de Don Juan de Austria tuvieron en sus manos la defensa de nuestra cultura, ahora la responsabilidad es nuestra y las consecuencias también.
See all the ways you can stay connected to friends and family
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