Increíblemente todos, cual más cual menos, están cayendo en estas elecciones, particularmente la semana pasada, en la descalificación, la imputación gratuita, el desprestigio burdo y el ataque artero. Peor aún, están señalando al ataque del otro como de tales características, pero al propio como un elemento necesario en una democracia moderna, pues la ciudadanía debería saber qué ha hecho u opinado el adversario en determinado momento de su vida si aspira a
La verdad, pretextos tontos para justificar una aún más estulticia discusión. Lo concreto, los candidatos, y las más de las veces ni siquiera ellos, sus equipos, esconden detrás de esto la falta de propuestas, ideas y proyectos para una sociedad y país un tanto aburrido y que se ha acostumbrado más a los pequeños acuerdos que a las discusiones de fondo sobre los verdaderos temas que debieran interesar y que de ser asumidos permitirían plantear y confrontar ideas, establecer posiciones, permitir las diferencias y sopesar alternativas reales ante un electorado que creo quiere, de verdad, saber qué plantea cada cual como proyecto país.
Si ello ocurriera, tendríamos no sólo una campaña y elecciones más limpias y, por tanto, menos sucias y descalificatorias; podríamos comenzar a delinear sueños, a reencantarnos con nuestros dirigentes políticos y a recuperar la mística en un país cansado de tantas disputas y peleas intestinas y ávido, como el que más, de verdaderos desafíos nacionales, que eso y no otra cosa deben ser las elecciones presidenciales y parlamentarias.
Los medios de comunicación a su turno, sobre todo el televisivo, poco o nada ayudan a que las ideas y proyectos de todos se expresen, pues prefieren, las más de las veces, la interrogante acerca de la acusación de turno que la pregunta que permita verdaderamente desarrollar dichas ideas y proyectos. La radio y en cierta medida, no suficiente por cierto, la prensa escrita, tratan de dar espacios para el adecuado debate, pero la pauta, negativa lamentablemente, parecen colocarlas los medios televisivos que terminan ahogando a los radiales y escritos.
Con todo, lo peor no puede ser que a consecuencia de lo dicho aumente aún más el desprestigio de una actividad fundamental para el progreso de los pueblos y de su instrumento de participación, como lo es la actividad política y de servicio público y la democracia respectivamente, y ello ya sería muy negativo. Lo peor, claramente, es que perdamos otra oportunidad para soñar el país del bicentenario, que dejemos de lado la posibilidad de debatir en serio cómo superamos la pobreza verdaderamente en un país que se comprometió ante el papa a que ello sería una realidad, que desperdiciemos para siempre la oportunidad de alcanzar el desarrollo, que nos quedemos en el cosismo pequeño y no generemos las capacidades de autodeterminación de nuestro pueblo y de levante de sus competencias y aptitudes, que generaciones enteras de niños y jóvenes pierdan oportunidades reales, pues si ello termina aconteciendo la decepción, la desilusión y la pena horadarán definitivamente el espíritu de nuestro pueblo, debilitando los cimientos de nuestra democracia más rápido que lo que cualquiera pudiera imaginarse.
“El que quiera hablar se levante y hable, cualquier ciudadano puede darse a conocer por un buen consejo o callarse”, decía Teseo héroe de la mitología griega en la obra “Las Suplicantes”. Esperemos nuestros ciudadanos, más aún nuestros líderes y, por cierto, los medios de comunicación, en general, y la televisión en particular, comprendan el valor de esta frase, pues la democracia sólo se valora cuando se pierde y ello es responsabilidad de todos.
Soy Ricardo Rincón González abogado y ex diputado en mi comentario de actualidad de esta semana.
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