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ODCA - PRESIDENTE ESPINO. Por más mujeres en la política

Históricamente, la clase política ha claudicado de sus obligaciones con las mujeres. Ya sea por machismo o por formar parte de una cultura patriarcal, el género femenino ha avanzado en soledad —y la mayoría de las veces contra fuertes resistencias del poder establecido— en su búsqueda por alcanzar no privilegios, sino tan sólo elementales condiciones de equidad.

Como consecuencia, aunque las mujeres integran el 52% de la militancia de los partidos latinoamericanos, únicamente presiden el 15.8% y conforman sólo un 23% de los ministros de Estado.

En nuestras campañas electorales el panorama es entristecedor: las mujeres son nada más un 24% de los candidatos a senadurías o diputaciones. En los parlamentos de América Latina el promedio de mujeres es de 20%.

Los dos países de la región con más mujeres ocupando ministerios son Bolivia y Chile, con 50 y 45%, respectivamente. El contraste son Brasil o Paraguay, con 5 y 10%.

En nuestro país la situación política de la mujer tiene un largo trecho por avanzar. Baste con recordar el lamentable episodio de las diputadas “juanitas” a principios de la actual legislatura federal.

Esta situación es por demás vergonzosa. Por ello, quienes nos preciamos de haber sido formados dentro del humanismo político tenemos obligaciones irrenunciables hacia el género femenino.

Las cuotas: condición mínima para avanzar

Como presidente de la Organización Demócrata Cristiana de América he pugnado porque los 35 partidos que la integran asuman sin cortapisas su compromiso con la mujer, comenzando por asegurarnos que se garantice que ocupen cargos directivos y sean candidatas a puestos de elección popular.

Mientras no esté establecida una plena normalidad democrática en términos de equidad de género, los políticos debemos aceptar que las cuotas mínimas de participación son una medida afirmativa, si bien transitoria, para atacar la subrepresentación de la mujer en la vida pública.

Nuestro primer reto es acabar con todo rasgo patriarcal en las organizaciones políticas, comenzando por aquellas de las que somos parte, desmontando las barreras sociales y culturales que se han erigido durante siglos, generando desigualdades e impidiendo a las mujeres desempeñar su papel de impulsoras de los procesos de evolución del mundo.

Más mujeres decidiendo

Aunque cada vez hay más esfuerzos orientados a alcanzar la equidad de género, la discriminación sigue siendo un fardo social que pesa más sobre las mujeres que sobre los hombres. Ello se manifiesta de manera más evidente en la brecha salarial y en las condiciones laborales dispares entre hombres y mujeres.

Sin embargo, a medida que crece el número de mujeres involucradas activamente en sus comunidades es fácil ver que su presencia es altamente fructífera y benéfica. A todos nos conviene que cada vez más mujeres atraviesen las puertas de su hogar para aportar  a la vida social.

Por ello, el papel del político consiste en animar a la sociedad para que acepte a la mujer en todos los ámbitos de la nación en igualdad de condiciones, en esforzarse para derribar las barreras que coartan su libertad y eliminar todas las formas de discriminación, práctica o psicológica, que limitan su desarrollo.

Pues sólo cuando el género femenino tenga participación activa en cada uno de los espacios de la vida nacional, y hayamos logrado integrar completamente a la mujer en el mundo público y al hombre en el privado, nuestra República podrá vivir con plena justicia y con democracia plena.

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