El camino diario a mi escuela en el sector Bonilla de la ciudad de Antofagasta me lleva siempre por las mismas calles, éstas que evidencian el adelanto de un progreso lento, tienen también la virtud de ir cambiando constantemente en su colorido y en los mensajes que emiten sus muros. Puede ser que me equivoque, pero esta pieza de albañilería gruesa, que colinda para una calle, muchas veces violenta y desconocida para diurnos transeúntes, tal vez sea capaz de revelar mucho más de lo que realmente pretendamos ver nosotros en nuestro diario pasar.
Las figuras y frases de tiempos pasados representantes de una lucha revolucionaria que buscaba cambiar al mundo desde una óptica soñadora y atea, siempre encontró en las paredes solitarias, el panfleto perfecto y más popular de su iconografía que hoy rápidamente a debido ceder su lugar a modernas versiones de los ídolos actuales del Rap y el Reggae que parecen representar mejor estos tiempos modernos de idea más livianas y vicios más pesados en una juventud estimulada principalmente por sus sentidos y olvidada en la formación de sus valores sociales.
Los muros son entonces hoy las páginas donde la juventud actual escribe sus mensajes importados desde alguna película Estadounidense de bajo presupuesto inspirada en la marginalidad y segregación racial y económica del Bronks Neoyorquino. Sus textos reclamando una igualdad social, no hacen más que revelar la profunda desesperanza que produce la falta de oportunidades reales para nuestros alumnos.
Entonces, estos muros mil veces pintados, que junto a un tarro de pintura sprite y la idea creadora de un Nóbel muralista se convierten en el instrumento social unificador y comunicador de una protesta silenciosa pero sostenidamente, reiterada e incomprendida que debe ser motivo de alerta y preocupación constante para educadores y autoridades verdaderamente responsables y comprometidas con el futuro de nuestros jóvenes.
La escritura, caligrafía y texto siempre difícil de entender y descifrar, conteniendo sus nombres, la pasión por algún amor o equipo de fútbol o un determinado y específico mensaje, tal vez intenten revelar un sentimiento de pertenencia, reconocimiento o territorialidad que nuestros jóvenes buscan casi con desesperación.
Una hoja de marihuana pintada perfectamente en un patrón repetitivo, extendida mágicamente, que pretende recibidas con sus ramas abiertas, sin más preguntas ni cuestionamientos que el poder comprador que tengan, es también un claro símbolo de respuesta a las numerosas campañas contra el consumo de drogas. Rápidamente un muro recién pintado es un tentador atril de expresión cultural negado al entendimiento cotidiano y común del resto de los mortales, que por más que nos fijemos en sus textos igual quedaron dudas del mensaje y de su sentido valórico que éste intenta resaltar. No importa el grado académico alcanzado, las letras y su evolucionada depuración que puede representar una excelente caligrafía arábica, oriental o satánica se hacen incomprensibles para todos aquellos que no participen de esta particular forma de comunicación altamente eficiente y masiva.
Atrás quedaron los tiempos en que paredes y esquinas eran solo ocupadas por candidatos ansiosos o agrupaciones políticas que mediante rayados y consignas doctrinarias criticaban al gobierno de turno, vociferando de las maravillas paradisíacas de su ideología incorruptible y éticamente perfecta que liberaría al mundo de sus humanos pecados, ahora estos muros pueden ser el nuevo diario de vida de las pulsaciones de los más jóvenes corazones de la sociedad y al mismo tiempo representar en sus dos caras el espacio interior, familiar y privado de la propiedad a la cual resguarda entregando a sus ocupantes la protección y seguridad que un hogar necesita y la cara dada a la calle anónima y pública que debe resistir los embates y testimonios pictóricos de esta vieja y eterna expresión comunitaria de siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario