Por: Lic. Gerardo Enrique Garibay Camarena
1/04/10
"Europa es producto de la historia.
América es producto de la filosofía."
Margaret Tatcher
A principios del 2010, cuando parecía que lo peor de la recesión financiera internacional ya había pasado, los ojos del mundo voltearon a Grecia, cuya economía se derrumba estrepitosamente, agobiada bajo el peso de un monumental déficit de 12.7% y una deuda pública equivalente al 113% del total de su producto interno bruto, lo que hará necesario invertir más de 53 mil millones de euros para cubrir sus compromisos financieros tan solo en lo que resta del año y, aún así, para el mes de diciembre la deuda helénica alcanzará la monstruosa cifra de 290,000 millones de euros.
La crisis griega no es, sin embargo, un hecho aislado y va mucho más allá de revelar la incorregible incompetencia y corrupción de sus dirigentes, pues representa la primera gran grieta en el andamiaje europeo, que hasta hace unas semanas había logrado mantener una imagen de solidez de cara a los mercados internacionales.
Para sacar a los griegos del atolladero en que ellos solos se han metido, la Unión Europea necesitará invertir, durante los próximos años, miles de millones de euros o, en caso contrario, recurrir a los buenos oficios del Fondo Monetario Internacional, lo que, en términos prácticos, daría al traste con el proyecto de independencia económica planteado por las potencias europeas en el último medio siglo.
Este proyecto comenzó a tomar forma tras el fin de la segunda guerra mundial, a través de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, encabezada por Francia y Alemania Occidental, de la que a su vez surgieron diversos organismos internacionales, hasta el surgimiento de la Unión Europea a través del Tratado de Maastricht, firmado en 1992.
A partir de entonces, la Unión Europea se ha convertido en un símbolo de la colaboración internacional y ha pasado, de 12 países originales, a un total de 27 miembros, en un conglomerado que abarca desde Portugal y España en el oeste hasta Rumania en el oriente, absorbiendo a buena parte de las naciones que conformaron el bloque soviético durante los años de la guerra fría.
Este espectacular desarrollo, impulsado por el éxito de la integración tanto como por el sueño del paneuropeísmo como contrapeso continental respecto a los Estados Unidos y a las potencias emergentes (China e India) ha provocado dos fenómenos interrelacionados: un espejismo de grandeza y una profunda debilidad estructural.
Para ponerlo en términos claros, Europa es como un exitoso negocio familiar, cuyas ganancias mantienen a padres e hijos, pero que resultan insuficientes cuando a estos se les suman las nueras y nietos, es decir, si antes los, digamos, 100 pesos de ganancias, se repartían entre 12 personas, hoy se tienen que dividir entre 27.
Por supuesto, los griegos no son los únicos gorrones en la fiesta, ya que países como España e Italia también han basado su vertiginoso crecimiento en la riqueza de los demás y, al igual que Grecia, han comenzado a recorrer la resbaladiza pendiente hacia el caos.
Para muestra basta un botón: Al cierre de 2009 el déficit español se colocó en la astronómica cifra de 11.4%, muy por encima del 3% considerado como máximo dentro del Pacto de Estabilidad Europea, mientras que su nivel de desempleo supera el 18%, es decir, casi el doble que el registrado en el resto de la Unión.
Como resultado de estas cifras, la bolsa española de valores se desplomó casi un 9% durante el primer trimestre del año, en claro contraste con los crecimientos registrados en el mismo periodo, por un 4.9% en el índice FTSE británico y de 4.6% en el Dow Jones norteamericano.
Por si fuera poco, la amenaza del déficit se extiende también a naciones como Irlanda, Portugal e incluso a la misma Francia, que ya registra casi un 8% en este rubro, así como una deuda pública por el 77% de su PIB (cifra muy superior al 60% considerado como límite dentro del Pacto de Estabilidad).
De entrada, el episodio griego ya ha influido en la caída del 12% en la cotización del Euro frente al dólar, que pasó de 1.5 dólares por euro, a principios de diciembre de 2009, a 1.32 el 25 de marzo pasado y, ante esta realidad, la gran pregunta es ¿qué ocurrirá con la economía europea y, particularmente con la moneda común como símbolo de su fuerza, cuando crisis como la griega se repitan en España o en Italia?
El euro, al que se han montado decenas de economías, está sostenido principalmente por Alemania y, en menor medida, por Francia, mientras que Inglaterra, la otra gran potencia del continente, protegida por la barrera natural del mar y por su natural prudencia, se ha mantenido relativamente al margen del sueño europeo, conservando su propia moneda y exigiendo la inclusión, dentro de la legislación común, de artículos que le garantizan una mayor autonomía.
Por tanto, el deterioro en los indicadores económicos en Francia y Alemania representa un serio motivo de preocupación y explica, entre otras cosas, la reticencia de los alemanes, empezando por la propia Angela Merkel, a usar sus, de por sí menguantes recursos, para pagar por los errores ajenos.
Con todo y todo, las razones de la recién descubierta debilidad europea no yacen exclusivamente en el terreno de los errores económicos, sino que nos remiten hacia una crisis mucho más profunda, en la estructura e identidad de las sociedades que la conforman.
Europa, en tanto concepto político y social, surgió como resultado de la evangelización cristiana de los pueblos bárbaros tras la caída del imperio romano. Fueron así, la religión, la historia y la ley, en ese orden, quienes sentaron las bases de la "Europa" como unidad, no solo geográfica sino, ante todo, intelectual.
Sin embargo, los líderes de la nueva visión paneuropea han tomado la decisión de renegar de las raíces culturales del continente para abrazar un paradigma neopagano, basado en el desarrollo económico, con el egoísmo y el dinero convertidos en las grandes deidades compartidas.
Por ello, ahora es solo cuestión de tiempo para incluir a Turquía dentro de la Unión Europea, lo que constituye la negación definitiva de la historia y del origen cristiano de Europa como unidad cultural y equivale a quitar los cimientos de la casa para poder construir un cuarto extra.
Mientras tanto, la deuda pública se convierte en la herramienta para satisfacer los caprichos del "aquí y ahora" de sociedades cada vez más consumistas.
A este coctel del desastre se agrega además una reducción, que es aparentemente irreversible, en las tasas de natalidad de los países europeos, cuya población envejece de forma generalizada, lo cual, aunado al incremento desordenado en la migración, amenaza con sumir al continente en el caos.
Los primeros efectos de este fenómeno ya se empiezan a notar y han dado muestras indudables de su peligrosidad en países como Francia, donde los jóvenes de ascendencia argelina se han lanzado a las calles destruyendo miles de vehículos para desahogar su crisis de identidad, o España, donde la proliferación de comunidades extranjeras ha traído consigo un aumento en las expresiones de xenofobia y odio racial, todo ello en medio de la explosión de la cultura de la muerte, que se refleja por igual en los abortos, las drogas y los suicidios.
Así, bajo la brillante parafernalia del éxito económico y ante la indolencia, tanto de sus gobernantes como de sus líderes de opinión, Europa esconde el cáncer que corroe su interior, recordándonos con su ejemplo que asumir una visión atea del mundo tiene consecuencias desastrosas, no solo para el espíritu, sino también para la economía.
Y es que, como Robert Schuman, el padre de la Europa moderna, dijo alguna vez, este continente "sabe que tiene en sus manos su propio futuro. Jamás ha estado tan cerca de su objetivo. Quiera Dios que no deje pasar la hora de su destino, la última oportunidad de su salvación".
Según parece, no le hicieron caso.
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