POR Mario Hechavarria Driggs, periodista independiente.
La primera noción que tuve sobre el Big Brother fue de un amigo mexicano, quien me comentó sobre las susodichas cámaras o vigilantes, identificándolas con la figura del hermano mayor en una de esas antiguas familias de numerosos hijos. El mayor de los procreados quedaba encargado por el padre, temporalmente ausente o en otras ocupaciones, para vigilar a los menores, controlar sus actos con mirada preventiva y evitar los “malos pasos”. A la vuelta del padre, venían los regaños y castigos. Peligrosa era la mirada y el testimonio del hermano de más edad.
La Habana vive ahora una invasión de cámaras vigilantes, equipadas con tecnología de punta, ubicadas por miles, de esquina a esquina de la ciudad, desde el Malecón hasta las calzadas interiores, como Carlos Tercero, Belascoaín o Monte, sin olvidar la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, templo jesuita de la calle Reina, con un circuito de ojos electrónicos dispuestos en cada puerta para chequear a los “pecadores”.
Muchos se preguntan por el costo de este derroche de tecnología para controlar a los habaneros, en tanto no avanzamos más allá del picadillo de soya o el simpático “pollo por pescao”. La Capital de los cubanos emula con Londres, pero desde un nivel muy diferente de satisfacción de las necesidades básicas de sus habitantes.
Mi amigo mexicano, con sarcasmo, me pregunta:
-Eh!, ¿ya sabes que LA Habana es la ciudad de los dos millones?
Yo me quedo a la espera, pues se trata de un acertijo. Entonces Pancho responde a media sonrisa:
-¡Ja!, un millón de habitantes y un millón de policías!
Así vivimos, con cámaras vigilantes, “hermanos” uniformados y perros agresores de traseros , Comités de Defensa de la Revolución, auxiliares de la policía, agentes de la seguridad del estado, vigilantes nocturnos, federación de mujeres cubanas , chivatones con licencia y Brigadas de Respuesta Rápida. Eficientes Big Brothers, listos para informar y registrar nuestros bolsos y robarnos cuánto llevamos dentro, vía al sustento familiar, y si es posible meternos presos.
¡Vaya con los grandes hermanos!
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