POR Mario Hechavarria Driggs, periodista independiente.
El veintidós de Julio pasado, lo que era una noticia debió esperar hasta septiembre para serlo realmente, cuando la revista católica “Palabra Nueva”, publicó en su número ordinario de septiembre, la carta enviada por Raúl Castro, Presidente del país, al Cardenal Jaime Ortega Alamino, con sus condolencias por el fallecimiento, el día anterior en Miami, del Arzobispo Emérito de Santiago de Cuba, Pedro Claro Meurice Estiú.
De sus propias palabras sobre el finado, nos llega la conexión con la historia y el significado del hecho: “A él le correspondió suceder a aquel hombre al que mi generación recuerda con gratitud, monseñor Enrique Pérez Serantes.” Se refería el Jefe de Estado a los tiempos difíciles, posteriores al Asalto al Cuartel Moncada el veintiséis de julio de mil novecientos cincuenta y tres, cuando la firme y serena actitud del arzobispo santiaguero, salvó a muchos como el propio Raúl de la represión del general Fulgencio Batista.
Pérez Serantes recién había recibido el obispado y Meurice era un joven sacerdote, apadrinado por el nuevo prelado, quien veía en el joven santiaguero, altas dotes para la vocación por él escogida. Los años probarían lo acertado de aquel padrinazgo. Pedro Meurice estudiaría en Santo Domingo, España y Roma. Regresaría a Cuba cuando los barbudos de Fidel Castro avanzaban victoriosos sobre la ciudad que le acogería finalmente, llamado por el arzobispo Pérez Serantes, para ser su Secretario y Canciller.
La historia demostraría que de mucho le valió al sacerdote su cercana y estrecha relación con un arzobispo de tanto prestigio. Los curas eran expulsados de Cuba. El propio Meurice cuenta que “Un día vinieron dos oficiales a verme y me dijeron que tenía quince días para abandonar el país, yo respondí que no hallaba razón para hacerlo, pues era cura de varias parroquias y Canciller del Arzobispado. Luego hablé de esto con el arzobispo y serenamente me contestó:- Pues hazte como si no oíste nada. Así fue, pero luego se llevaron de Santiago 18 sacerdotes. Por suerte, a mi no me pasó nada.”
Ciertamente la influencia de Pérez Serantes salvó a Meurice, pero como nota elocuente, sólo en el vapor Covadonga, viajaron expulsados de Cuba en ese mil novecientos sesenta y uno, ciento treinta religiosos. Eran los momentos de una crítica relación entre la Iglesia Católica y el estado cubano, que habría de mantenerse por décadas.
El año noventa y ocho del pasado siglo marcó el cambio, ya desmoronado el Muro de Berlín, momento en el que Cuba necesitaba “un aire” para salvar su Revolución. Fidel Castro recibe con una ‘‘sonrisa’’ al Papa Juan Pablo II y el gran peregrino de la Iglesia viaja por todo el país. En Santiago de Cuba, segunda arquidiócesis en importancia, le recibiría el ahora Arzobispo Pedro Claro Meurice Estiú.
La Homilía de Meurice, acompañado por decenas de miles de personas y con el espaldarazo del Sumo Pontífice, sería recordada por unas palabras que marcan pautas para la futura historia de Cuba: “Le presento además, a un número creciente de cubanos que han confundido la Patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido en las ultimas décadas, y la cultura con una ideología”…
¡La Patria es de todos!
En aquel entonces era el año veintiocho de su arzobispado, gracias a la protección de Pérez Serantes, que le evitó el exilio forzoso, el mismo arzobispo que antes protegiera de los esbirros batistianos a los jóvenes Fidel, Raúl y sus compañeros. No había dudas del por qué de aquella expresión.
Pedrito, como cariñosamente le decíamos, ya retirado, recuerda a su tutor y afirma: “A veces busco y busco el por qué de aquellas palabras mías ante el Papa el día que visitó nuestra arquidiócesis, y siento que más que por mí- aunque lo hice absolutamente consciente y responsable de eso- las dije por el.”
Han pasado los años, y la diabólica política de convertir a Cuba en un país ateo ha fracasado, gracias a Dios vamos recuperando valores perdidos, la familia, la fe y la esperanza, que le debemos a quiénes cargaron la cruz en tiempos difíciles y a las oraciones de los muchos que abandonaron el país, obligados por la cruel represión de aquellos tiempos. Vivimos momentos trascendentes y proféticos, el estado comunista busca afanosamente su tabla de salvación. Tal y como lo anuncia el apóstol San Pablo a los filipenses: ¿Y que? “Al fin y al cabo, con hipocresía o con sinceridad, Cristo es anunciado y esto me alegra y seguirá alegrándome.” (Flp 1, 18 -19).
Ahora, y para fortalecer la fe, “Nuestra Señora de la Caridad” nos visita, luego de recorrer toda la isla, acompañada por millones de cubanos, ella nos trae su mensaje de amor. ¡Haced lo que mi hijo os diga! (Jn 2,5).
“Esta peregrinación de la Virgen de la Caridad está mostrando que Cuba vive una primavera de Fe.” “En esta hora de nuestra historia nacional, necesitada de muchos cambios, muchas cosas han comenzado ya a cambiar.” Nos dice el Cardenal Jaime Ortega Alamino.
Sin embargo, el fallecido Arzobispo Emérito de Santiago de Cuba, nos dejó una apreciación distinta.
El no podía olvidar a aquellos milicianos conminándolo a que abandonara el país; tampoco perdió la memoria del “Covadonga” con los sacerdotes expulsados, la oscura prisión y el paredón de fusilamiento.
“Mi temor es que cambien las cosas, vengan nuevamente los tiempos de la cruz y pase esta hora privilegiada.”
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