Lic. Gerardo Enrique Garibay Camarena
Enviado por Rafael “papito” Cruz
Reformista Social Cristiano R.Dominicana
El próximo día 27 de enero se cumplirán 64 años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, en Polonia, donde fallecieron cerca de un millón de personas. Este lugar ha quedado para la posteridad como uno de los más gráficos ejemplos del grado de sofisticación en la maldad que puede alcanzar el ser humano y de las consecuencias de los regímenes totalitarios del siglo XX.
A lo largo de la pasada centuria, los “Mesías”, los “salvadores de la patria” y los “líderes del proletariado” sembraron el mundo de ruinas y cadáveres. Más de 6 millones de muertos a causa de los nazis y cerca de 100 millones de víctimas fatales del comunismo mundial son una muestra bastante clara de las consecuencias del totalitarismo y del caudillismo político-ideológico-militar.
¿Qué lecciones hemos aprendido de Auschwitz, de Katyn y de Siberia? De entrada que el asesinato no es un medio valido para la confrontación ideológica y que los gobiernos que se consideran a si mismos como “los buenos” y que acusan a todo quien no se pliegue a sus deseos como parte de una conspiración en su contra generan a mediano plazo un ambiente de intolerancia y agresión que sirve como caldo de cultivo para los asesinatos en masa y el genocidio (cosa que hemos visto confirmada con las “limpiezas étnicas” de la ex Yugoslavia), pero sobre todo, la mayor lección que debemos aprender de Auschwitz es que:
El ser humano no vale por su raza, su religión, su lugar de nacimiento o su postura política. Las personas valen POR SI MISMAS.
La receta para evitar otro Auschwitz es el que nuestras sociedades tomen conciencia acerca de la importancia de respetar la dignidad de la persona humana, pues muchos países tienen hoy legalizada una forma de holocausto más refinada y, al mismo tiempo, más cruel.
Este nuevo genocidio no se lleva a cabo en sórdidos campos de concentración, sino en higiénicos hospitales, y su criterio para asesinar no es la raza o la ideología política, sino la “popularidad”.
Los abortos masivos y legalizados constituyen un crimen cometido en base a si la persona “es querida, o no”. El pretexto de “es que fue un embarazo no deseado” no le pide nada, en cuanto a cinismo se refiere, a las razones para la solución final al “problema judío” que esgrimían los nazis. La aprobación del aborto en caso de defectos congénitos es para efectos prácticos igual a los asesinatos de discapacitados llevados a cabo por nazis y soviéticos.
Este criterio de que “si no es deseado es legitimo matarlo” tiene consecuencias lógicas espeluznantes, pues, a final de cuentas, los judíos tampoco eran deseados por los nazis. Dicho de otro modo: de acuerdo a la argumentación de los grupos “pro-elección” habría que considerar a Hitler no como uno de los mayores asesinos de la historia sino como uno de los antecesores de la política reproductiva. Lástima que los niños abortados no pueden producir joyas de la literatura cursi como el diario de Ana Frank, a ellos los matan antes de poder escribir.
En Auschwitz y alrededor del planeta se estarán reuniendo en estos días gran parte de los líderes mundiales para recordarnos que el holocausto es algo que no debe repetirse, una mancha negra en la historia de la humanidad, pero si el mundo, al mismo tiempo que condena a los nacionalsocialistas, actúa como ellos, ceremonias como las del próximo 27 de enero son solo una ofensa más a las víctimas.
Después de todo, al ignorar el valor de la persona humana y subordinarlo a factores externos, los países del primer mundo le dan la razón a Hitler, parece que, en última instancia, los nazis ganaron la guerra.
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