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La estrategia europea hacia Cuba


POR YAXYS CIRES


La rara apuesta de algunos políticos europeos por Felipe Pérez Roque, ha fracasado de manera estrepitosa. La rareza del caso era, que estaban entronizando a una figura del régimen que como máximo llegaría a ser el Arias Navarro cubano. Al estilo del jefe de gobierno español que anunció la muerte de Franco, y que después fuera un estorbo más que un factor de cambio democrático, contrastando con su sucesor Adolfo Suárez, de bajo perfil, pero de reformista.
El deshielo complaciente de las relaciones de la Unión Europea con el régimen castrista, endosaba grandes dividendos políticos a favor del ex ministro de Relaciones Exteriores, artífice y protagonista del reencuentro por la parte cubana.
El encumbramiento de Pérez Roque, quien garantizaría la presencia de Europa en Cuba, era uno de los objetivos más importantes en la estrategia europea, hoy frustrada. Prueba de ello (y de su fracaso), fue la rápida llamada del ministro de exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, su principal valedor, a su nuevo homólogo cubano para saber si se mantenían los compromisos contraídos. Y es que por más que algunos no quieran darse por notificados públicamente, está claro que la diplomacia europea fue una de las principales víctimas de la última purga del régimen.
Una pésima gestión
La reciente visita a Cuba del comisario europeo Louis Michel, tuvo como trasfondo encontrar un poco de luz en la penumbra generada por el régimen con su reestructuración ministerial, así como el interés de la Comisión Europea de limar cualquier aspereza. Pero, más allá de evidenciar dichas preocupaciones y el gusto de Michel por el Malecón, su enésimo desembarco poco ha aportado al panorama de las relaciones entre Europa y Cuba, según los marcos establecidos por la propia UE.
A esto se suma la preocupación por un viraje en la política de Estados Unidos hacia Cuba, como el prometido por el presidente norteamericano, que podría debilitar todavía más, tanto a mediano como a largo plazo, los intereses europeos en Cuba y en América Latina. Por ello, ahora contando con los españoles o sin ellos, quieren “salvar los muebles” y lo hace enterrando su autoestima democrática al renunciar a cualquier tipo de exigencia en materia de derechos humanos.
Aquí hay que hacer un paréntesis. Cuando se escriba esta parte de la historia cubana habrá que dedicarle un –triste- capítulo al comisario Louis Michel. Sorprende en la burocracia europea, su especial atención a Cuba y al Congo mientras se ha desentendido de casi todo el Tercer Mundo. Respecto al Congo, su interés deriva del hecho de ser belga. Bélgica no ha renunciado a mantener sus redes de influencia económica, política y militar en su antigua colonia. En el caso de Cuba, resulta extraño su empeño y contradictoria su excelente relación con los responsables de la dictadura castrista dada su condición de liberal (en el sentido europeo).
La gestión cubana del señor Michel ha pasado por alto las conclusiones del Consejo de Ministros de la Unión Europea, que exige la liberación de los presos de conciencia y pide a las autoridades europeas el reconocimiento y diálogo con la sociedad civil y los partidos democráticos en Cuba. Nada de esto ha hecho el comisario Michel en sus numerosos viajes a la mayor de las Antillas.
Aunque el mandato de Michel concluirá a finales de año, al querer presentarse a las elecciones del 7 de junio al Parlamento Europeo, habrá de renunciar a su responsabilidad a más tardar el 14 de julio para tomar posesión de su acta parlamentaria. Esperemos que el próximo responsable de la cooperación europea sea alguien que le aporte mayor seriedad y dignidad democrática al tema cubano.
Un golpe de timón
Actuando como reacción a la estrategia norteamericana, por un lado, y complaciente con el régimen por otro, Europa escoge el camino equivocado. Si nos atenemos solamente al aspecto económico, la ayuda que la UE ha ofrecido a Cuba: 41 millones de euros hasta 2011, es una cifra irrisoria -a pasar de su gratuidad- si la comparamos con los resultados que podrían dejar para la isla la normalización de las relaciones con Estados Unidos, o la simple eliminación de ciertas restricciones. De hecho, aun con éstas, los dos países vecinos tienen importantes vínculos comerciales en determinados rubros. No dudo que gradualmente se avance hacia una dependencia creciente por parte de Cuba.
No sería descabellado pensar, que por la mezcolanza de intereses y cinismo que suele haber en la política internacional, no haya que esperar a una Cuba democrática para observar como Europa desaparece del panorama cubano, en el cual “se hablará” en inglés, ruso y mandarín.
La política europea hacia Cuba debe tener en cuenta los cambios que se están operando en la política exterior norteamericana, a los que recientemente el ex presidente José María Aznar se refirió como: “Los nuevos aires que se respiran en Washington y en la relación atlántica…”.
Atender a los cambios, no para interpretarlos como una amenaza, sino como una posibilidad para sintonizar. Pero una sintonía que tenga como principal objetivo el impulso de la libertad para el pueblo cubano, que no parece ser la apuesta de los gobiernos brasileño y demás latinoamericanos que han pasado últimamente por La Habana.
Una opción renovada por la apertura exigente. Podría fracasar, es verdad, tal y como ha fracasado la cerrazón y la complacencia. Pero la Europa que criticó el unilateralismo estadounidense de otros tiempos no puede esconder la cabeza ahora en un pantano de complacencia unilateral. La Europa que engendró y sufrió los dos más terribles totalitarismos que han existido, no puede renunciar ahora a dar la cara en la defensa de la libertad. Se juega mucho.

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