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RELATOS BREVES y otras cosas más POR ANTONIO LLACA. Jose el Guajiro.

Jose (sin acento en la e) era la imagen del típico guajiro avispado, sagaz,  decidido y con suerte para los negocios, o por lo menos para los pocos negocios que se podían hacer en Cuba.

Todos coincidíamos en calificarlo como  “buena gente”, compartidor y con una filosofía particular de la vida;  las situaciones que enfrentaba  las solía rematar con una frase que pretendía ser casi filosófica pero en este aspecto pocas veces corría con suerte, sin embargo  una  le resultó  antológica y  resumía poco más o menos toda su sabiduría sobre economía, materia en la que sus éxitos eran más bien intuitivos: “La buena vida es cara amigo, la hay más barata pero no es vida”, solía decir especialmente en las oportunidades en que deseaba o necesitaba alcanzar  algo que quedaba fuera de sus posibilidades.

Nacido en algún lugar entre Cruces y Lajas, allá transcurrieron su infancia y adolescencia hasta el día en que se percató de que quería un futuro mejor y decidió  trasladarse a La Habana.  Unos tíos le dieron albergue (casi todos los guajiros tenemos unos tíos o primos en La Habana, decía) y allí empezó a fajarse con los libros porque ya había pasado la época en que “los guajiros podían ser brutos y tener dinero”,  en fin  se hizo ingeniero y para o por  no perder su carácter campesino, en Agronomía, y por ahí daba tumbos en siembras de plátano  en Artemisa o de piña en Güira o en las vaquerías de Madruga, pero pronto se hizo patente que el salario  asignado a esta profesión no era suficiente para la manutención de una esposa habanera y dos hijos que daban sus primeros pasos y mucho menos para sus otras dos grandes aspiraciones: un carrito y un techo.

Su eterno corretear por plantaciones le permitía “rapiñar” modestas cantidades de productos del agro para paliar las necesidades de la familia y colocar discretamente  algo en el siempre ávido mercado negro del vecindario, en fin que así  “escapaba” y podía hacer unos ahorros con los cuales enfrentar sus dos grandes empeños. No era dado a la política, simplemente acompañaba al comunismo  como cualquier ciudadano común, jamás se enredó en cuestiones de la juventud o del partido o del sindicato y esto resultó una gran limitante para la asignación por parte del Estado de un automóvil; el sin fin de cartas al y del organismo, memoranda, solicitudes y demás comunicaciones siempre quedó sin respuesta al igual que el sinnúmero de peticiones para que le fuese otorgada una vivienda a pesar de una aceptable cosecha de diplomas, medallas y reconocimientos a su labor en la agricultura por parte de las Cooperativas, el ANAP y hasta del propio Ministerio del ramo.

Pero en fin el carrito apareció, un Chevrolet de 1955 prácticamente museable por el  que pagó una elevada cifra  y   pronto el auto pasó a ser uno de los orgullos de la familia; cuando llegó al barrio conduciéndolo todos lo mirábamos con envidia, unos con esa envidia sana del que también quisiera tenerlo deseándole a su vez al poseedor el máximo disfrute y reconociendo el esfuerzo para obtenerlo, otros con el sentimiento enfermizo que desea con igual intensidad pero quiere a su vez ver despojado al propietario del bien.

A pesar de que pasaba la mitad del tiempo en reparaciones de todo tipo, el Chevrolet luego de las vicisitudes para conseguir la indispensable gasolina servía  para  resolver los disímiles problemas que vivir en Cuba acarrea, hacer algún servicio cauteloso de taxi porque “con una que otra carrerita me ayudo con los muchos gastos”  y por fin ir a la playa con los muchachos (a la de Santa María, la más cercana), era entonces cuando se manifestaba en toda su plenitud la frase acerca de la “buena vida”; “con el tiempo, si logro hacer algunos ahorros pienso fajarme por una casita, con dinero en mano esas cosas se resuelven y más si le dejas caer algo a la gente de la Vivienda…”, pero en nuestro país, siempre atrapados entre lo fantástico y lo absurdo, un buen día en que llevaba al aeropuerto a unos “mayameros” parientes  de unos parientes  fue detenido por la policía, resultó acusado de un montón de cosas, por poco le quitan el carro y aunque salió bastante bien del tropiezo terminó con una elevada multa y una seria advertencia; pasó el tiempo y se olvidó el incidente pero más tarde  la suerte no lo acompañó, regresaba  de algún lugar entre Cruces y Lajas cuando la revisión en uno de los tantos controles policiales de la Carretera Central puso al descubierto,  oculto en un escondrijo del auto, ocho libras de carne de res que hacían su viaje hasta la nevera  familiar; en esta oportunidad si  le decomisaron el carro, una nueva y abultada multa descalabró sus ahorros y hasta el centro de trabajo fue informado de su actitud negativa; Jose cayó en desgracia en una sociedad en la que esto va  en serio.

Una noche me invitó a su casa a tomarnos unas cervezas “de lata”, importadas, “de las buenas”; los envidiosos malsanos aún estaban de pláceme por el final tan abrupto de lo que para ellos era la “buena vida” de Jose, mientras yo, sinceramente apenado  evité  referirme al sensible tema.

Ves, me dijo mientras abría su tercera lata, esta viene de uno de los tantos almacenes del gobierno, son para venderlas en dólares en los hoteles de lujo o para  algunos “funcionarios” de alto nivel, en fin, que en esta sociedad de iguales hay algunos que son más iguales que otros;  un amigo las consigue y me regaló algunas, ya sabes que  no estoy para derroches….

Lo sé, pero  ¿qué puedes hacer?,  le  pregunté, Cuba está diseñada así….

¿Qué hacer?, me respondió,  La buena vida es cara, amigo, la hay más barata pero no es vida y la barata es la que hemos tenido siempre tú, yo y casi todos. Sabes una cosa: creo que la aspiración por tener un futuro mejor nunca se acaba así que ¡me voy de aquí! ,  aún tengo energías para volver a empezar. 

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