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EL GENERAL JOSÉ ANTONIO PÁEZ Y LA INDEPENDENCIA DE VENEZUELA

El presente articulo fue publicado en facebook, es una biografia del Gral Paez, quien es ancestro por el lado materno del fallecido pdte e importante líder de la DC Latinoamericana y de Venezuela Luis Hererra Campins, a través de un vinculo por el lado de la familia Herrera Páez, en la actualidad es una de las figuras mas vilipendiadas por el presente regimen al señalarlo como enemigo de la gesta emancipadora.

 

Ing. Francisco J González R. Msc

Presidente

Mesa Directiva Municipal y Junta Ejecutiva Municipal de COPEI Partido Popular Cabimas

Consejo Consultivo de COPEI Partido Popular Cabimas

 

partidocopeicabimas@gmail.com

 

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EL GENERAL JOSÉ ANTONIO PÁEZ Y LA INDEPENDENCIA DE VENEZUELA

 

General en Jefe de la Independencia de Venezuela y Presidente de la República en tres oportunidades, nace el 13 de junio de 1790 en una humilde casa a orillas del río Curpa, cerca de Acarigua (Edo. Portuguesa). Es el penúltimo hijo entre ocho hermanos. En la escuelita de Guama aprende a leer y escribir. En esta población vive su madre, María Violante, esposa de Juan Victorio Páez, empleado del estanco del tabaco en Guanare.

Tenía 17 años cuando fue enviado por su madre a llevar una suma de dinero y un expediente de familia a un abogado de Patio Grande, muy cerca de Cabudare. Inesperadamente lo asaltan para robarlo y en el instante en que le dieron la voz de entregar el dinero, acató a desmontarse de la mula por la derecha, lo que le dio la ventaja de poder sacar la pistola sin que lo viesen. Cuando el más atrevido lo enfrentó con un machete, Páez disparó y el hombre cayó; los compañeros huyeron. Páez montó en la mula y llegó a su casa sin comunicar este hecho sino a una de sus hermanas, pero en seguida comenzaron los comentarios señalándolo como autor de aquel suceso. Temeroso de un castigo que le parecía inevitable, huye por la vía de Barinas hacia las riberas del río Apure, y consigue trabajo en 1807 como peón en el hato de La Calzada, propiedad de don Manuel Pulido. Su caporal es un negro esclavo, apodado “Manuelote”, quien obliga a Páez a domar potros, atravesar ríos a nado y dormir a la intemperie. Páez sufre los rigores de las más rudas faenas del llano: domando potros se le ampollan las manos con el cabestro de cerda y en ocasiones tiene que montarlos en pelo. Sus muslos sufrieron tales rozaduras con las correas de cuero sin adobar que servían como arzones, que muchas veces sangraron.

Desde 1810 y hasta 1813 sentó plaza en el escuadrón de caballería de don Manuel Pulido, quien fue nombrado Gobernador de la Provincia de Barinas por la primera Junta de Gobierno que se formó el 5 de mayo de 1810. En 1813, siendo Páez sargento primero, pide la baja del ejército patriota y posteriormente recibe del gobernador realista de Barinas, Antonio de Tíscar y Pedroza, la orden de recoger un ganado (doscientos caballos y mil reses) y conducirlo a su cuartel general, comisión que cumplió; pero rechazó el cargo que Tíscar le ofreció como capitán.

Ante la escalada de violencia y muerte propias de las llamadas “guerras a muerte” que incluyeron prisioneros de guerra y civiles, implementada por los realistas desde 1812, Bolívar reacciona proclamando su propio Decreto de Guerra a Muerte el 15 de junio de 1813, en la ciudad de Trujillo de Nuestra Señora de la Paz. El decreto concluye: “...Españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de Venezuela. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables”. Días después Páez se reincorporó a las tropas republicanas que mandaba Pulido en Santa Bárbara de Barinas, quien para conquistarlo para la causa republicana -luego de aquel servicio para el aprovisionamiento del Tíscar- le dio el mismo cargo que había rechazado en el ejército realista. En palabras de Páez: “… el gobierno de Barinas me confirió el grado de capitán en el ejército patriota, como recompensa por haberme negado a aceptar el mismo nombramiento en el ejército español (Páez, 1946: 28). Con Pulido siguió hasta la ciudad de Barinas que había sido evacuada por los realistas como consecuencia de la ofensiva del brigadier Simón Bolívar en su Campaña Admirable.

El 6 de agosto de 1813, Bolívar entra victorioso en Caracas, encabezando su ejército, luego de realizar su Campaña Admirable. Esta acción dio inicio a la llamada “Segunda República”, periodo cuya necesidad más urgente era crear condiciones para la gobernabilidad y superar la entropía creando símbolos y fronteras étnicas claras entre patriotas y republicanos.

Para ello se realizaron tres acciones concretas: 1. Formar dos centros de gobierno republicanos: uno en Caracas al mando de Bolívar y otro en Cumaná, dirigido por Santiago Mariño. 2. Conferir del título de Libertador a Simón Bolívar, por parte del pueblo y la Municipalidad de Caracas. 3. Fusilar los prisioneros españoles y canarios de Caracas y La Guaira, orden dada por Bolívar como implementación de la “Guerra a Muerte”. Pese a aquellas acciones, la guerra fratricida promovida por las elites de españoles peninsulares y de españoles americanos (extensión genética y cultural de los primeros en América), se hacía difícil el establecimiento de fronteras étnicas y la conformación de bandos claramente definidos para dar forma a la guerra y vislumbrar algún final a lo que debía ser una lucha de contrarios. Esa indefinición de símbolos y fronteras étnicas dio lugar a diversas insurrecciones anárquicas entre las que se destaca la de los llaneros acaudillados por José Tomás Boves, la cual adquirió el carácter de rebelión social a partir del segundo semestre de 1813.

Boves y sus llaneros, en un primer momento simpatizantes del movimiento republicano, terminan aliándose con los realistas, luego desconociendo las órdenes de éstos, y finalmente convertidos en una rebelión de pardos, mestizos y negros fuera del control de realistas y republicanos. Tras reiteradas victorias para los realistas (frecuentemente apoyados por los lanceros de Boves), cae la “Segunda República”, en febrero de 1814, habiendo sido el periodo de mayor intensidad en la aplicación del decreto de “Guerra a Muerte” y el de la erección de Bolívar como El Libertador: un símbolo que apenas comenzaba a consolidarse en el imaginario venezolano.

Por su parte, Páez también ha comenzado tímidamente su ascenso y figuración en el ejército patriota. Recibe órdenes en Barinas de atacar al comandante realista Miguel Marcelino, quien ocupaba a Canaguá con unos 400 soldados de caballería. Páez sale a cumplir la orden y el 27 de noviembre de 1813 sorprende y derrota a Miguel Marcelino, cayendo prisionera la mayor parte de su ejército. Es el primer triunfo de Páez. Posteriormente fue a Mérida y sirvió bajo las órdenes del comandante Antonio Rangel. En la población de Estanques, Páez tuvo un encuentro bélico con José María Sánchez, quien era un sanguinario muy temido por todos los merideños. En la refriega resultó muerto Sánchez, y Páez, siguiendo las tropas del General Urdaneta, quien se dirigía a Nueva Granada, llegó hasta Bailadores, pero allí, disgustado porque el jefe de caballería le ordenó que le entregara el caballo a otro oficial, se separó de ellos, resentido (1). Después de unos días de meditación concibe la idea de irse a los llanos y conquistar para el ejército patriota a los mismos hombres que habían luchado bajo las órdenes de Boves, Calzada y Yánez. A todos los Generales Patriotas les pareció una idea descabellada, pero Páez la puso en práctica, y con una decisión temeraria, se fue a los llanos y reclutó a muchos de aquellos llaneros para el ejército republicano, lo cual se tradujo en un factor decisivo para las posteriores victorias de los patriotas. Los mismos lanceros que antes habían derrotado a los ejércitos patriotas, ahora luchaban a su favor bajo las órdenes de Páez. Con sus lanceros, Páez venció en diversos combates, entre ellos los de Mantecal y Mata de la Miel. En este último lugar sorprendió al Coronel Francisco López y le hizo más de cuatrocientos prisioneros, además, quedaron en su poder una importante cantidad de caballos y todo el equipo de guerra.

Páez recibió orden del coronel Miguel Valdés de asistir en la Villa de Arauca a una junta de oficiales de Nueva Granada y Venezuela, a fin de conformar el gobierno provisorio conocido como el Gobierno de Guasdalito. En esa junta fueron elegidos el teniente coronel Fernando Serrano como presidente, y el coronel Francisco de Paula Santander como comandante general del ejército, entre otros. Para septiembre de ese año, considerando la importancia de Páez y sus lanceros para el desenvolvimiento de la guerra, se reúne nuevamente la junta de oficiales y propone un jefe único en quien confiasen los llaneros para que los condujese en la guerra. Esa junta -compuesta por los coroneles Juan Antonio Paredes y Fernando Figueredo; los tenientes coroneles José María Carreño, Miguel Antonio Vásquez, Domingo Meza y José Antonio Páez; y el sargento mayor Francisco Conde-, procedió a elegir a la persona que según ellos debía desempeñar simultáneamente las funciones de Serrano y Santander; es decir, un jefe absoluto de los llanos. La elección no podía recaer en otra persona sino en Páez, quien a partir de ese momento (septiembre de 1816) fue ascendido a general de brigada. Inmediatamente se sucedieron importantes triunfos para Páez como los del Yagual (el 11 de octubre de 1816), y Mucuritas (el 28 de enero de 1817) donde derrota al brigadier Miguel de la Torre luego de prenderle fuego a la sabana y hacer repetidas cargas de caballería contra la infantería realista, la cual se salvó de morir abrasada gracias a una hondonada con agua por la cual escapó. Ese año de 1817, continuaron las victorias de Páez en San Antonio de Apure (13 de abril), paso de Apurito (18 de junio), paso de Utrera (20 de junio), Barinas (14 de agosto) y Apurito (8 de noviembre). Esa formidable campaña bélica fue el preludio del encuentro que sostuvo el 30 de enero de 1818 el general de brigada José Antonio Páez con el general en jefe Simón Bolívar, quien venía de Angostura con su ejército realizando la Campaña del Centro. El encuentro de ambos jefes y sus ejércitos sería decisivo en las operaciones contra el ejército del general Pablo Morillo, y para la independencia de la América.

Las operaciones comenzaron con la Toma de las Flecheras, una maniobra ideada por Páez y en la cual 50 de sus lanceros capturaron las naves realistas que permitieron al ejército libertador cruzar el río Apure por el paso del Diamante. El 12 de febrero de 1819, Páez dirige la vanguardia como comandante del ejército patriota en la batalla de Calabozo, en la cual es derrotado Morillo. Luego combate en la Uriosa (15 de febrero), El Sombrero (16 de febrero), y el 22 de ese mes recibe el nombramiento de gobernador de Barinas y la misión de liberar a San Fernando de Apure, lo cual realiza el 8 de marzo. Luego de estos triunfos y otros en enfrentamientos menores, Páez al frente de 150 lanceros, derrota al ejército realista del general Morillo comandado por el teniente coronel Narciso López, en Las Queseras del Medio, el 2 de abril de ese año. El propio Páez relata esta hazaña en su autobiografía (cf. Páez, 1946), de la cual presentamos el siguiente resumen:

Un oficial de la caballería realista se pasó al bando republicano y antes de presentarse al Jefe Supremo (Bolívar), le informó a Páez que Morillo había organizado un plan para hacerlo prisionero. Después de esto corrió a ver a Bolívar, y habiéndole referido el plan de Morillo, Páez pidió permiso a Bolívar para pasar el río (Arauca) con un cierto número de sus lanceros, y atraer a los realistas hasta el lugar donde estaba el ejercito patriota, para que Bolívar los emboscara en las orillas del río con la artillería. La estrategia se completaría cuando, con su táctica habitual de volver caras, Páez con sus lanceros cargase de frente en aquel momento, mientras las fuerzas emboscadas atacaban de flanco. Accedió Bolívar a sus deseos e inmediatamente con ciento cincuenta hombres cruzó el río, y al galope se dirigieron al campamento de Morillo. Los realistas emprendieron la persecución de Páez y sus lanceros y éste les fue entreteniendo con frecuentes cargas y retiradas hasta llevarlos al punto que habían convenido para la emboscada. Muy apurada era la situación de los lanceros, pues el enemigo les venía acorralando por ambos costados con su caballería, y les acosaba con el fuego de sus fusiles, pero desafortunadamente para el comandante realista Narciso López, Páez encontró la oportunidad de pasar a la ofensiva. Páez ordenó al comandante Rondón, que atacase a viva lanza al escuadrón de carabineros comandados por López y se retirara sin pérdida de tiempo antes de que lo cercasen las dos alas de la caballería enemiga. La finalidad de aquel ataque de Rondón y sus lanceros era que las dos alas de caballería enemiga formasen una sola masa mientras le perseguían; para entonces volver riendas (volver caras) y atacarlos de frente. El mismo Páez escribe estas páginas, que son de las más celebradas y difundidas por la historia patria, y en las que el centauro llanero no duda en calificar sus hazañas y las de sus lanceros como la reedición de las más grandes proezas de los dioses y héroes de la antigua Grecia:

“Cargó Rondón con la intrepidez del rayo, y López imprudentemente echó pie a tierra con sus carabineros. Rondón le mató a alguna gente y pudo efectuar la retirada sin que lograsen cercarlo. Al ver que las dos secciones de la caballería (enemiga) no formaban más que una sola masa, para cuyo objeto había ordenado el movimiento a Rondón, mandé a mi gente volver riendas y acometer con el brío y coraje con que sabían hacerlo en los momentos más desesperados. Entonces la lanza, arma de los héroes de la antigüedad, en manos de mis ciento cincuenta hombres, hizo no menos estragos de los que produjera en aquellos tiempos que cantó Homero. Es tradición que trescientos espartanos, a la boca de un desfiladero, sostuvieron hasta morir, con las armas en las mano, el choque de las numerosas huestes del rey de Persia, cuyos dardos nublaban el sol: cuéntase que un romano solo disputó el paso de un puente a todo un ejército enemigo. ¿No será con eso comparable el hecho ejecutado por los cientos cincuenta patriotas del Apure? Los héroes de Homero y los compañeros de Leonidas sólo tenían que habérselas con el valor personal de sus contrarios, mientras que los apureños, armados únicamente con armas blancas, tenían también que luchar con ese elemento enemigo que Cervantes llama ‘diabólica invención, con la cual un infame y cobarde brazo, que tal vez tembló al disparar la máquina, corta y acaba en un momento los pensamientos y la vida de quien merecía gozar luengos años’. Cuando vi a Rondón recoger tantos laureles en el campo de batalla, no pude menos que exclamar: ¡Bravo, bravísimo, comandante!. General –me contestó él-… así se baten los hijos del Alto Llano. Todo contribuía a dar a aquel combate un carácter de horrible sublimidad: la noche que se acercaba con sus tinieblas, el polvo que levantaban los caballos de los combatientes de una y otra parte confundiéndose con el humo de la pólvora, hacían recordar el sublime apóstrofe del impetuoso Ayax cuando pedía a los Dioses que disipasen las nubes para pelear con los griegos a la clara luz del sol. La caballería enemiga se puso en fuga; la infantería se salvó echándose sobre el bosque y la artillería dejó sus piezas en el campo, lo cual no pudimos ver por la oscuridad de la noche. Finalmente, mucho antes de amanecer se puso Morillo en retirada para Achaguas (Páez, 1946: 181-182).

Señala Páez que los muertos del ejército realista ascendieron a casi quinientos; mientras él sólo tuvo cuatro heridos y dos muertos. Bolívar, quien con los demás jefes del ejército había presenciado la batalla, no dudó en calificar aquella hazaña como la más extraordinaria de las proezas militares de todas las naciones. Terminada la acción bélica entregó la Cruz de los Libertadores a los ciento cincuenta lanceros y la siguiente proclama “A los Bravos del Ejército de Apure”:

“Soldados! Acabáis de ejecutar la proeza más extraordinaria que puede celebrar la historia militar de las naciones. Ciento cincuenta hombres, mejor diré ciento y cincuenta héroes, guiados por el impertérrito Páez, de propósito deliberado han atacado de frente a todo el ejército español de Morillo. Artillería, infantería, caballería, nada ha bastado al enemigo para defenderse de los ciento y cincuenta compañeros del intrepidísimo Páez. Las columnas de caballería han sucumbido al golpe de nuestras lanzas; la infantería ha buscado un asilo en el bosque; los fuegos de sus cañones han cesado delante de los pechos de nuestros caballos. Sólo las tinieblas habrían preservado a ese ejército de viles tiranos de una completa y absoluta destrucción. ‘¡Soldados! Lo que se ha hecho no es más que el preludio de lo que podéis hacer. Preparaos al combate, y contad con la victoria que lleváis en las puntas de vuestras lanzas y de vuestras bayonetas’” (Simón Bolívar, Proclama Firmada en el Cuartel General en los Potreritos Marreñeros, a 3 de abril de 1819).

La fiereza de Páez y sus lanceros en la batalla no sólo recibió el reconocimiento de patriotas y realistas, sino también las más insólitas hipérboles que representaban a Páez y a sus lanceros como seres sobrenaturales. En su parte militar, el historiador del General Pablo Morillo –Torrente-, escribe que el ejército realista había sido vencido por “… quinientos llaneros de figura gigantesca y de hercúlea musculatura” (en Páez, 1946: 184). Las reiteradas victorias y hazañas de Páez y sus lanceros a caballo, la proclama de Bolívar resaltando la impotencia de los cañones de los realistas frente al pecho de los caballos de los llaneros, el uso que hace Páez de las figuras épicas de la mitología griega para representar su valor y el de sus lanceros en la batalla, y los testimonios de los realistas sobre “las gigantescas y hercúleas musculaturas de los lanceros”, no tardaron en configurar en el imaginario colectivo la representación social de Páez como un ser sobrenatural, como un semidiós, como el Centauro Llanero fundador de la República (cf. Martínez, 1947; Cova, 1947; Nucete, 1968; Pérez, 1973). El 6 de mayo de 1873 murió Páez exiliado en Nueva York, pero la resonancia de aquella imponente imagen, mitificada por patriotas y realistas, se extendió a través del espacio y el tiempo, adquiriendo una función simbólica fundamental en la construcción de la nación venezolana (cf. Polanco Alcántara, 2001).

 

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